La arquitectura de los pabellones se concibe como puro ejercicio combinatorio: una única planta pentagonal, con dos escalas diferentes, repetidas tres veces cada una, con distintos ángulos de rotación da lugar a un conjunto aparentemente aleatorio, pero en realidad simple y directo a partir de variaciones y combinaciones de un mismo elemento original. Se evita de este modo la monotonía de un programa eminentemente repetitivo, a un tiempo que se rompe la escala del edificio con respecto a los edificios que lo rodean. La ausencia de aristas en los volúmenes, y el material ligero y traslúcido que los envuelve contribuyen a una percepción liviana y temporal de la intervención en la ciudad. Aspecto fundamental del proyecto es el cerramiento exterior de policarbonato blanco opal que delimita los cilindros poligonales permitiendo el paso de la luz natural durante el día y transformándose en grandes linternas que iluminan la plaza durante las horas nocturnas.
Cuando finalicen las obras del edificio definitivo, los cilindros pentagonales del Mercado Temporal serán desmontados y podrán ser reubicados en algún otro lugar de la ciudad, de modo que la plaza donde ahora se asienta retornará a su uso primitivo, como espacio público que completará la transformación llevada a cabo en esta área histórica de Madrid.
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